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Hay un nuevo tipo de poder en juego. No se gana en elecciones, ni se conquista en guerras. Se diseña en laboratorios, se escribe en código y se impone desde pantallas. Silicon Valley ha cruzado una línea: ya no es solo el motor de la innovación, sino el núcleo de un nuevo régimen ideológico global.
Hoy, los arquitectos del futuro no son gobiernos, académicos ni Naciones Unidas. Son Elon Musk, Peter Thiel, Sam Altman, Marc Andreessen. Empresarios, sí, pero también ideólogos. Su plan no es solo vender tecnología. Es reconfigurar el mundo desde cero.
Lo advierte el ensayista Evgeny Morozov en El País: estamos ante una mutación profunda del poder. Estos oligarcas tecnológicos no se conforman con acertar el futuro: lo fabrican para que encaje con sus visiones. “¿Por qué ajustar las predicciones para que encajen con la realidad, cuando se puede manipular la realidad para validar las predicciones?” Esa es su nueva lógica. Y ya está en marcha.
Peter Thiel financia ciudades flotantes y estados digitales basados en blockchain. Elon Musk diseña rutas interplanetarias mientras reescribe las reglas del transporte, la energía y el lenguaje (sí, también con X). Sam Altman lidera el desarrollo de la inteligencia artificial más influyente del planeta y plantea una renta básica universal automatizada. Andreessen, en su manifiesto tecno-optimista, predica que la única solución es “construir, construir, construir”.
Todos comparten algo más allá de la ambición y el capital: el deseo de sustituir el contrato social por un contrato de software. Gobernanza algorítmica, sociedades descentralizadas, infraestructuras paralelas. Y lo más inquietante: no está diseñado para que lo entiendas, sino para que lo uses. La interfaz es amigable; el sistema operativo es incuestionable.
Y lo que proponen no es una opción con casilla de "aceptar" o "rechazar". Es una integración forzada, en la que ya estamos dentro.
Mientras gobiernos, reguladores e intelectuales intentan comprender lo que está pasando, estos pioneros ya están codificando lo que vendrá. Y si se pone resistencia, la neutralizan con inversión, lobby o distracción.
No hablamos solo de un cambio de élites. Hablamos de un cambio de paradigma. El debate ya no es izquierda o derecha: es código abierto o cerrado, es humano o automático, es deliberación democrática o decisiones tomadas por máquinas entrenadas por minorías hiperprivilegiadas.
El impacto global es colosal. Al romper el equilibrio entre innovación y regulación, estos actores imponen reglas propias. Su dominio sobre infraestructuras críticas —redes sociales, energía, IA, espacio, datos— les otorga una autonomía que ningún Estado moderno había tenido.
Analistas como Shoshana Zuboff (La era del capitalismo de la vigilancia) ya lo advirtieron: la colonización de la experiencia humana por parte del capital tecnológico marcaría una nueva era de poder. Y ahora, como explica Morozov, ya no hablamos de "gigantes tecnológicos", sino de "oligarcas intelectuales", con poder político, cultural y existencial.
Y sin embargo, frente a esta concentración de influencia y diseño del porvenir, surge una pregunta clave:
¿Aceptaremos vivir en un futuro escrito por otros, o seremos capaces de reescribir el guion?
Porque el futuro, aunque parezca secuestrado, no está cerrado. No es inevitable. Como ha señalado el historiador Yuval Noah Harari, la clave del siglo XXI será quién controla la narrativa tecnológica, no solo la tecnología. Y en ese terreno, aún tenemos herramientas: pensamiento crítico, educación digital, acción política, transparencia algorítmica, cooperación internacional, soberanía tecnológica.
La puerta sigue entreabierta. Pero exige participación activa. Exige entender lo que hay detrás del diseño, cuestionar lo que se presenta como destino y reapropiarse del derecho a imaginar alternativas. El futuro no debería ser un producto en fase beta lanzado por unos pocos. Debería ser una construcción colectiva.
Artículo de referencia:
Oligarcas tecnológicos
Otras fuentes consultadas:
Shoshana Zuboff, La era del capitalismo de la vigilancia (2020)
Yuval Noah Harari, 21 lecciones para el siglo XXI (2018)
Zeynep Tufekci, Twitter and Tear Gas: The Power and Fragility of Networked Protest (2017)
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